ANTI-TRADING
1.- La acogida
El 14 de julio de 2025, llamé desesperado a un centro de rehabilitación de ludopatía en la ciudad más cercana a mi localidad. Por teléfono expliqué brevemente mi problema, y la persona que me atendió me escuchó con mucha amabilidad. Me dijo que entendían que mi problema con la bolsa era ludopatía, aunque pareciera diferente a otras formas de juego.
Me dieron cita para el día siguiente a las 12 de la mañana y me explicaron que la sesión de acogida la realizan un enfermo de ludopatía y un familiar. En ese primer momento sentí un alivio enorme, pero también muchos nervios porque no sabía qué me iba a encontrar.
La llegada al centro
Al llegar al centro estaba muy nervioso, miraba a todos lados. Lo primero que me llamó la atención fue que el mobiliario parecía anticuado y no era para nada lo que me había imaginado. Pasé a secretaría, donde me esperaban. Me llevaron a una sala donde una mujer ludópata y un hombre, familiar de un ludópata, me recibieron.
Pensaba que ellos iban a empezar hablando, pero sus únicas palabras fueron:
— “A ver, cuéntanos por qué estás aquí...”
No me lo esperaba. Estaba acompañado por mi mujer, que ya sabía el lío tan grande en el que me había metido y que llevaba años intuyendo que podía tratarse de ludopatía. Pero yo, en ese momento, acababa de darme cuenta de que tenía un serio problema. Llevaba nueve años sufriendo en silencio, atrapado en un círculo de autodestrucción, y acababa de tocar fondo.
No porque quisiera dejar de hacer trading —era mi sueño desde hacía 13 años—, sino porque ya no podía conseguir más dinero para operar. Estaba endeudado hasta el cuello.
Contar mi historia
Comencé a explicarles lo que había sucedido, intentando resumir tantos años de sufrimiento en unos pocos minutos. Pero a los pocos minutos me derrumbé y me eché a llorar.
Llevaba días llorando en casa mientras hablaba con mi mujer, pero allí terminé de sacar toda la desesperación que me quedaba por sacar, supongo.
Después de contar mi historia, la mujer me contó la suya. No pude evitar llorar mucho al escucharla. Luego habló el hombre y me contó la historia de su hijo. Me puse en su situación, imaginando que algo así le pasara a uno de mis hijos.
Ese primer momento fue muy complicado. Un torbellino inmenso de emociones. Pero ellos saben tranquilizarte. En ese instante me di cuenta de que estaba en el mejor lugar posible y sentí que estaba en buenas manos.
Soltar la mochila
Me explicaron el funcionamiento del centro y me hablaron del equipo que me iba a ayudar: psicólogos, psiquiatras, enfermos en recuperación y familiares. Todos ellos iban a arroparme durante el proceso.
En ese momento sentí como si soltara una mochila cargada de culpa que llevaba años sobre mis hombros. Siempre había asumido la responsabilidad de mis actos porque no pensaba que tuviera una enfermedad, pero ahí, en esa sala, al aceptar que tal vez no era cien por cien culpable de lo que había hecho, sino que había estado actuando de forma irracional sin darme cuenta, pude empezar a descargar esa culpa que me estaba ahogando y que me quitaba el sueño muchas noches.
La mochila de mi mujer y mi nueva responsabilidad
Pero justo al lado vi otra mochila, llena de dolor, la de la persona que estaba sentada a mi lado: mi mujer. Ella había sufrido en silencio, sola, mi problema.
Supe en ese instante que esa mochila tenía que cargarla yo desde ese momento. No porque ella dejase de sentir dolor —porque no sucede así— sino porque era mi responsabilidad esforzarme por recuperarme, por recuperar la confianza que había perdido con ella durante todos esos años.
Me comprometí a cambiar, a emprender una nueva vida desde ese instante, a entender su dolor y a vivir no con la carga de la culpa por lo que hice (que fue provocado por una enfermedad de la que no era consciente), sino con la responsabilidad de haber causado tanto dolor a mi familia.
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