ANTI-TRADING
14.- El puzzle de conocerse a uno mismo
Llevo varios días con una idea que me ronda la cabeza y que, de alguna manera, define muy bien la perspectiva que tengo ahora mismo de mi vida y de mí mismo. Durante muchos años estuve cavando un agujero sin parar, atrapado en una dinámica que me consumía poco a poco. Lo peor de todo es que no era consciente de ello. En mi cabeza, lo que hacía siempre tenía una justificación: lo hacía por mis hijos, por comprar una casa mejor, por labrarme un futuro con más comodidades, por escapar de un trabajo que me frustraba y no me hacía feliz. En definitiva, pensaba que el trading era la llave hacia una vida mejor.
Nunca noté que, en realidad, era el propio trading el que me tenía atrapado. Creía firmemente que el peso de mis deudas era la causa de mis fracasos, que la presión externa era lo que me hacía caer una y otra vez. Pero nunca miré dentro de mí. Nunca. Tal vez porque en el fondo era consciente de que había cosas que no encajaban, cosas que no entendía, y no me sentía capaz de enfrentarme a ellas.
Hoy lo veo de otra manera. Creo que el verdadero problema era que intentaba resolver un puzzle muy complejo… pero sin tener la imagen de referencia. ¿Cómo se puede montar un puzzle difícil, lleno de piezas de colores y formas casi idénticas, si no sabes qué figura representa? Es una tarea abrumadora. Y creo que eso nos pasa a muchos de nosotros: nacemos con todas las piezas de nuestra vida, pero nadie nos da la imagen final. Nadie nos explica realmente quiénes somos, ni nos enseña qué personalidad estamos desarrollando. Todo se va formando a partir de factores genéticos, sociales, culturales, familiares… desde lo que imitamos de nuestros padres y amigos hasta lo que la escuela y la sociedad van imprimiendo en nosotros.
La mayoría de la gente vive ignorando ese puzzle. Se limitan a avanzar en la vida sin intentar montar las piezas. Porque, claro, conocerse a uno mismo es un trabajo complejo, duro y a veces doloroso. En mi caso siempre intuí que algo no encajaba. Sentía un vacío interior que no entendía. Y ahora, poco a poco, empiezo a vislumbrar qué significa ese vacío: tiene que ver con sentirme realizado más allá del ámbito familiar.
Con mi familia me siento bien, disfruto mucho de observar a mis hijos, de acompañarlos en su crecimiento, de vivir momentos que yo mismo no tuve de pequeño. Quizá porque, como me dijo una vez el psiquiatra, solemos actuar de dos formas: o repetimos la misma estrategia de nuestros padres, o hacemos justo lo contrario. En mi caso, adopté el camino contrario. Pero ese vacío, esa necesidad de realización, está más relacionado con lo profesional, con aquello que me da un propósito fuera de lo familiar. Y aún estoy en búsqueda.
El otro día en terapia comenté que la clave de la rehabilitación es conocerse a uno mismo y conocer tu historia personal. Lo dije porque noto que, a veces, algunos compañeros se encierran en fórmulas rígidas, como si hubiera una única receta. Por ejemplo, los veteranos suelen repetir insistentemente que lo esencial es seguir el decálogo: no llevar dinero encima, prohibirse entrar en lugares de juego, no mezclar problemas personales con el juego, etc. Y todo eso, sin duda, es importante. Pero me parece que falta algo fundamental.
Seguir un decálogo sin más es como darle a una persona con sobrepeso una lista de alimentos prohibidos. Puede que funcione en algunos casos: quien obedezca sin cuestionar logrará resultados. Pero creo que lo más efectivo y duradero es algo más profundo: comprender la nutrición, tomar conciencia de qué alimentos benefician al cuerpo, cuáles lo perjudican y por qué nuestro cerebro nos pide, a veces, lo que nos hace daño. Ese trabajo interior es más costoso, requiere esfuerzo, autocrítica y, en muchos casos, dolor emocional.
Con la rehabilitación ocurre lo mismo. Las normas son necesarias, pero no suficientes. Es imprescindible mirar hacia dentro, enfrentarse a lo que encontramos y luego compartirlo en terapia con los demás. Y ese proceso es durísimo. En mi caso, que soy muy sensible a los altibajos emocionales, es una montaña rusa: un día puedo sentirme pleno tras compartir mis sentimientos delante de cincuenta personas y, al siguiente, agobiarme pensando en qué voy a contar la próxima vez, sintiendo miedo por abrirme demasiado.
Es un camino complejo. Y percibo que en terapia hay dos grupos: quienes cumplen el decálogo sin profundizar demasiado, y quienes, aunque seamos menos, nos atrevemos a hacer ese otro trabajo de mirarnos dentro y compartirlo. Y estoy convencido de que es ahí donde realmente está la clave para sanar.
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