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15.- La convivencia en la rehabilitación: dos procesos paralelos
La parte más compleja de la rehabilitación de la ludopatía no siempre está en dejar de jugar, sino en la convivencia diaria con los familiares. La realidad es que la propia rehabilitación del ludópata es un proceso interno, profundo y doloroso, que tiene su propio ritmo. En mi caso, he descubierto que mi camino se basa en sanar desde dentro: aprender a dominar mis emociones, controlar mis pensamientos y, poco a poco, recomponer la situación financiera que destrocé.
Pero el familiar también debe realizar un proceso de rehabilitación paralelo. Muchas veces, el familiar queda al margen, centrado en reproches y recriminaciones constantes por errores del pasado. Es comprensible: el dolor causado ha sido grande. Pero repetir una y otra vez el daño que ya fue hecho no aporta nada al presente ni al futuro. El ludópata ya lo sabe, lo tiene grabado a fuego, pero no puede volver atrás para borrarlo. Lo único que puede hacer es reconocer sus errores, transformar sus hábitos y formas de pensar, y enfocarse en no repetirlos.
Aquí surge una de las dificultades más grandes: el familiar no siempre entiende este proceso. Se exige al ludópata que sane rápido, que repare de inmediato, que “olvide” el juego sin comprender que se trata de una enfermedad que secuestra la voluntad. Cuando la adicción está activa, el ludópata puede decir o hacer cosas que jamás haría en un estado normal, especialmente en momentos de crisis económica o emocional. Juzgar esas acciones desde la mirada de una “persona sana” es un error: no eran decisiones libres, sino conductas marcadas por la enfermedad.
A veces, incluso, ocurre algo más duro: el ludópata logra avanzar en su rehabilitación, pero es el familiar quien no sana. El que no perdona, el que se queda atrapado en el rencor, sin comprender el esfuerzo que el otro está haciendo día a día para reconstruirse desde dentro. Porque la rehabilitación del ludópata no es solo dejar de jugar: es buscar y curar heridas profundas, muchas de ellas nacidas en la infancia. Es un trabajo de introspección, de valentía y de disciplina que pocas veces se reconoce.
El familiar debe comprender que no se trata únicamente de “recuperar la confianza” sino de sanar su propio dolor y aprender a mirar al presente y al futuro, no al pasado. Recriminar una y otra vez solo rompe los puentes y entorpece el camino de ambos.
Y hay un punto adicional que me parece fundamental: no se puede reprochar a un ser humano —sea ludópata o no— que busque aspiraciones más allá del núcleo familiar. La naturaleza humana es así: hay personas que necesitan sentirse realizadas en algo más que la vida en casa, ya sea a nivel profesional, creativo o incluso con proyectos altruistas. Eso no significa dejar de querer a la familia o a los hijos. Significa que, para sanar de verdad, a veces también necesitamos crecer en otros terrenos.
La rehabilitación es un viaje doble: el ludópata debe aprender a reconstruirse desde la verdad y la responsabilidad, y el familiar debe aprender a soltar el rencor y caminar en paralelo hacia una vida más sana. Solo cuando ambos procesos se reconocen y respetan mutuamente, la convivencia puede convertirse en un espacio de verdadera sanación.
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