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16 .-Escribir como terapia: entre la necesidad y la incomprensión
Siempre he sentido que escribir es una necesidad. No lo hago pensando en que otros lo lean, mucho menos con la intención de hacer daño o criticar a mis familiares. Lo hago porque me alivia, porque me ordena por dentro, porque necesito poner en palabras lo que siento para poder respirar un poco mejor.
Sin embargo, escribir y exponer lo que llevo dentro tiene un precio: la incomprensión. A veces, alguien cercano lee lo que escribo y lo interpreta como exagerado, como un reproche o incluso como una versión distinta de lo que ocurrió. Y ahí aparece un problema muy humano: la realidad es una, pero cada persona guarda en su memoria su propia versión de esa realidad.
Lo que yo escribo refleja lo que siento y cómo lo recuerdo. Sé que mis recuerdos pueden estar distorsionados o filtrados por mis emociones, pero son míos. Son los que sostienen mi forma de vivir la vida y mi rehabilitación.
Escribir y hablar en terapia tienen algo en común: la exposición. Cuando abro mi vulnerabilidad frente a los demás, me expongo a ser malinterpretado, juzgado o incluso herido. Y esa exposición, unida a mi forma de ser, me genera altibajos emocionales muy intensos. Cada discusión con un familiar o una persona cercana puede dejarme destrozado, sin dormir, dándole vueltas durante días.
En las terapias, hay frases que me golpean con dureza. Por ejemplo, esa tan repetida de “¿te molesta esto? Pues te jodes”. La escucho mucho. Y cada vez que la oigo, siento que me reduce, que me quita fuerzas en lugar de dármelas. Porque sí, la enfermedad es jodida, pero lo último que necesita un ludópata es que le recuerden constantemente lo que hizo mal, o que se siembre duda sobre su esfuerzo actual.
Soy consciente de que el reto real llegará el día que vuelva a tener dinero ahorrado. Cuando 10.000 o 20.000 euros estén en mi cuenta, ahí es donde se verá la fortaleza de mi rehabilitación. Y sé que la ludopatía estará siempre al acecho, porque así funciona la enfermedad. No soy yo. Son los pensamientos y los impulsos, que a veces aparecen y otras veces no. Lo importante es tener herramientas para gestionarlos.
Por eso me duele tanto cuando noto desconfianza en los que me rodean. Cuando estoy dando el 100% en la rehabilitación y aun así se duda de mí. Un ludópata necesita apoyo, no desánimo. Necesita que le digan “lo estás haciendo bien”, no que le recuerden una y otra vez el pasado.
Uno de los peores efectos de esta enfermedad es la desconfianza permanente. Aunque hagas las cosas bien, aunque cambies hábitos, aunque vayas a terapia, siempre habrá ojos encima de ti. Como si intentaran descifrar si ya apretaste el interruptor de la ludopatía o si lo harás en cualquier momento. Esa vigilancia constante duele, porque te convierte en sospechoso de por vida.
Y ahí vuelvo a esa frase dura que se escucha en terapia: “te jodes”. Pues sí, me jodo. Me toca lidiar con la enfermedad y con todo lo que arrastra a nivel de relaciones personales.
Pero también me toca elegir qué hago con eso. Y yo he elegido escribir, porque escribir es mi terapia. Y acudir a un psicólogo profesional, alguien capaz de ver más allá de lo que otros ven, alguien que me acompañe sin restar, que me ayude a crecer en lugar de hundirme.
Escuché en una charla algo que se me quedó grabado: “solo sé que me ha tocado”.
Me ha tocado esta enfermedad. Me ha tocado esta carga. Y con todo lo jodido que es, también me ha tocado la posibilidad de pelear cada día, de hacer lo que está en mi mano, y de demostrar —sobre todo a mí mismo— que puedo construir otra vida.
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