21.- Cuando estar mal se vuelve lo normal

En el proceso de rehabilitación, una de las tareas más difíciles es la autoobservación: prestar atención a los pensamientos y a cómo reaccionamos ante ellos. Y en ese ejercicio te das cuenta de algo inquietante: has pasado tanto tiempo estando mal que estar mal se convierte en lo normal. Se normaliza.

Oscilas entre dos estados: estar mal y estar muy mal. Ahora mismo me encuentro en este último.

En esos momentos, lo único que deseas es que llegue la hora de meterte en la cama y dormir hasta el día siguiente. Pero cuando vives una situación económica, familiar y laboral en la que sientes que no puedes permitirte una baja por depresión, todo se complica aún más. En teoría, cualquiera debería poder parar si su salud lo exige. En la práctica, en mi caso, siento que no puedo: por la responsabilidad de mi trabajo, por no haber delegado ciertas tareas y por la obligación diaria de atender a mis tres hijos pequeños.

Así, la vida en estos periodos se convierte en una tortura silenciosa. Intentas poner buena cara en el trabajo y en casa, pero tu cuerpo no responde. Está agotado. Y tu cabeza, peor aún: solo quiere que el día pase o, directamente, echarse a llorar por volver a caer en un ciclo de depresión.

La depresión es muy jodida. Llevaba días con la preocupación del inicio del curso escolar, unida a una sobrecarga laboral que me iba a dejar varias semanas de estrés. A veces lo sobrellevo mejor, pero ayer mi cuerpo me gritó que no. Sentí una angustia profunda, una presión en el pecho que no desaparecía.

Me metí en la cama después de comer, pero no podía dormir. Intenté leer, salir a la terraza, respirar… nada funcionaba. Jugué un rato con los niños y, por un momento, me distraje. Incluso dibujar me dio algo de alivio, aunque breve: enseguida volvieron las preocupaciones y la ansiedad.

Solo quería meterme en la cama, tomar una pastilla y dejar de sentir. Puse el despertador temprano, convencido de que si trabajaba duro y me quitaba el retraso, la sensación se iría. Pero al despertar, pese a haber dormido bien, no podía arrancar el ordenador. Solo quería tumbarme otra vez y esperar a que pasara el día.

La salud mental es así de cruel. Recuperarse es tremendamente difícil. He tenido varias lesiones físicas y no se parecen en nada: el dolor físico lo soporto mejor, además vas viendo cómo mejoras poco a poco. Y lo más importante: cualquiera puede ver tu lesión.

Con la salud mental es distinto. No se ve. Es invisible. Aunque digas que estás mal, nadie lo percibe realmente. Y esa es quizá la peor parte: que cuando estar mal se convierte en lo normal, el mundo sigue girando como si nada pasara. Y tú te quedas atrapado en un silencio que solo tú escuchas.