24.-Inicio del 3º MES DE REHABILITACIÓN: reflexiones y descubrimientos

Inicio el tercer mes de rehabilitación con varias reflexiones. Mi mente está más calmada que hace unas semanas. No sé si se debe al efecto acumulativo de la medicación o a que, después de años, llevo casi un mes durmiendo seis horas seguidas del tirón. Sea por lo que sea, lo noto: estoy más sereno.

No he podido poner en práctica los ejercicios que me recomendó mi psicóloga para gestionar pensamientos irracionales u obsesivos, porque apenas los he tenido. Tal vez se deba a que llevo un par de semanas muy liado con el trabajo, con la vuelta al cole de los peques y, además, tampoco he asistido a terapia. Aunque en apariencia no ir a terapia debería perjudicarme, creo que en realidad necesitaba un descanso. Estaba siendo demasiado intenso para mí.

En el fondo, me doy cuenta de que no es tanto por escuchar testimonios, sino más bien por haber comprendido que el origen de este problema está en mi interior. Como decía el psiquiatra en la terapia de grupo: por muy grande que haya sido el destrozo y aunque desde fuera pueda parecer que el ludópata sabe lo que hace, en realidad no es así. Uno no elige esta enfermedad. La adicción surge de “problemas internos” que no se saben gestionar de otra manera, por falta de herramientas emocionales.

El otro día, en un podcast, escuché algo que me impactó: un adicto es 80% niño y 20% adulto. Ese niño interior nunca encuentra satisfacción en lo que hace, siempre busca llenar un vacío y, al no conseguirlo, acaba consumiendo una sustancia o enganchándose a un comportamiento sin apenas darse cuenta. También escuché que, cuando una persona lleva años en adicción, su circuito cerebral de recompensa se altera. Y cuando deja la sustancia o el comportamiento, pasa por un tiempo en el que nada le satisface: todo incomoda, nada llena. Hasta que, poco a poco, el cerebro se “reconfigura” y el sistema dopaminérgico recupera su equilibrio. Pero esto no sucede de la noche a la mañana; requiere tiempo, paciencia y constancia.

Así estoy ahora: iniciando el tercer mes, experimentando en carne propia todo esto que voy aprendiendo. Aprendiendo, sobre todo, a auto-observarme.

Y me doy cuenta también de algo más. Cuando uno va a terapia individual o de grupo, entiende que tanto uno mismo como quienes le rodean están en un proceso de desaprender y aprender. Aprender a mirarse por dentro y a reaccionar al mundo de una manera distinta, algo que antes no sabíamos hacer.

Ese proceso se hace de forma consciente y, en terapia, es una maravilla escuchar a las personas hablar desde el corazón, una y otra vez. Algo que rara vez sucede fuera de terapia.

Es como si existieran dos mundos: el de la terapia y el de fuera. Y lo cierto es que el de fuera, a veces, asusta un poco. Porque ahí hay muchísimas personas que necesitarían terapia. Estas sesiones están enfocadas en superar adicciones, sí, pero en realidad serían necesarias para mucha más gente de lo que pensamos.

Cuando entras en contacto con los grupos, te das cuenta de lo mal que está gran parte de la sociedad fuera de ellos: mentiras, soberbia, reacciones desmedidas ante problemas internos, rabia, envidias… Todo eso que en terapia aprendemos a reconocer, gestionar y transformar, en la calle sigue operando como un ruido de fondo que condiciona la vida de muchos.

Por eso creo que, más allá de la adicción, la terapia es un espacio de conciencia y humanidad que todos deberíamos experimentar alguna vez.