28.- Desenredando mi mente: las múltiples personalidades en la adicción

La próxima semana tengo de nuevo cita con mi psicóloga. Hace varias semanas que no nos vemos por la sobrecarga de trabajo, y ya se me ha vuelto un pequeño ritual: unos días antes de cada sesión empiezo a pensar de qué quiero hablar con ella. Sin embargo, siempre me ocurre lo mismo: los temas me desbordan. Tengo demasiadas cosas que tratar y nunca me da tiempo en una sola sesión.

Cuando ingresé en la asociación, mi idea inicial era exponer lo que considero mis traumas familiares y de infancia. Pero la realidad ha sido distinta: llevo ya cinco o seis sesiones y en todas ellas no he hecho sino hablar del día a día, de lo que va apareciendo, de esas cosas que necesito compartir con mi psicóloga en el momento. Me doy cuenta de que tengo la cabeza hecha un auténtico desastre.

Miedos, celos, inseguridad, tristeza, culpa, ansiedad, depresión. Mucha pena. Me doy cuenta de que llevo toda una vida sufriendo, y ahora, en estos momentos, sufro aún más por ser consciente de todo ese sufrimiento acumulado.

En la terapia de grupo, ayer, el psiquiatra comentó algo que me hizo reflexionar profundamente: todos los adictos sufren algún grado de disociación. Para poder soportar la adicción y el sufrimiento que conlleva, desarrollan varias personalidades. Según él, al menos dos en todos los casos, pero a veces muchas más. Nos habló de una paciente que trató en la asociación y que llegó a desarrollar 27 personalidades distintas.

Puede sonar extremo, pero en realidad tiene mucho sentido. Al menos hay dos personalidades en nosotros. La primera es la que nos lleva a la adicción y no sufre mientras consume. En el caso de la ludopatía, no sufre aunque pierda dinero; solo necesita jugar. Necesita sentir la emoción de la incertidumbre, emociones intensas que no encuentra en otro sitio. Es adicto a esas emociones.

La segunda personalidad es la propia persona “real”, la que sufre, la que es consciente de todo lo que está pasando. Esa parte observa impotente cómo la otra personalidad la domina y la arrastra de nuevo al consumo, al comportamiento adictivo.

Pero no se queda ahí. Además de esas dos “caras” básicas, creo que desarrollamos personajes para sobrevivir y para que nadie note lo que ocurre en nuestro interior. Está, por ejemplo, el papel de padre: intentas enseñar y cuidar a tus hijos cuando, en realidad, por dentro eres un niño. Porque la personalidad que te lleva a jugar es justamente eso: un niño interior que no es consciente de lo que está haciendo, que solo quiere jugar. Ese niño sufre al mismo tiempo que se le exige actuar como adulto responsable, como padre, como pareja.

Está también la personalidad que desarrollamos para el trabajo: ese “traje” que nos ponemos para que nadie intuya que estamos destrozados por dentro, que tenemos deudas, pérdidas acumuladas, situaciones económicas insoportables. Intentamos aparentar normalidad mientras por dentro se acumula el miedo, la vergüenza, la culpa.

Al final uno se ve atrapado en un mundo de inseguridades y miedos. Y cuando uno es consciente del destrozo que ha hecho en la familia, aparece también la idea de la separación de pareja, que acecha constantemente. Surgen los celos, muchas veces por cosas que antes no nos habrían afectado. O tal vez sí, pero no lo recuerdo, porque la mente borra para protegernos del sufrimiento.

Cuando uno intenta recuperarse debe observar todo esto sin rechazarlo ni esconderlo. Nuestra mente no quiere que suframos y, en su intento por protegernos, nos hace mirar para otro lado. Pero para sanar hay que mirar. Y se sufre. Se sufre mucho.

Y aun así, creo firmemente que este es el camino. Pensar que estás haciendo lo correcto, que esta es la única vía para recuperar tu verdadera personalidad, la que está oculta bajo capas y capas que se han ido desarrollando desde la infancia para no sufrir. Este camino duele, pero es también el camino de la liberación.