29-Cuando el dolor no se apaga con dejar de jugar

En la última sesión con mi psicóloga volví a hablarle de un episodio reciente de celos con mi mujer. Ella mostró preocupación y me recomendó acudir juntos a terapia de pareja, aunque de momento ella se niega. Esa recomendación se me quedó dando vueltas en la cabeza, porque refleja hasta qué punto mis pensamientos pueden llegar a condicionar mi vida.

Hablamos largo y tendido sobre cómo funcionan esos pensamientos obsesivos que aparecen de repente y me arrastran. Todavía no sé bien cómo surgen, pero cada vez veo más claro que tienen que ver con la carga emocional. Cuando algo me remueve por dentro —ya sea en casa, en el trabajo o en lo social— aparecen con más fuerza y me resulta muy difícil frenarlos.

Le conté que últimamente me está ayudando algo muy sencillo: escuchar un podcast mientras dibujo. Es como una válvula de escape, un momento en el que mi mente se aquieta un poco. Pero también le dije que siento una gran necesidad de escuchar testimonios más intensos. Como no los encuentro en las terapias, he buscado en podcasts de otras adicciones ( alcohol y drogas). Sobre ludopatía aún no he encontrado nada que me sirva de verdad.

Ahí salió un punto clave: todas las adicciones son lo mismo. Yo ya lo pensaba, y mi psicóloga me lo confirmó. Lo fácil es dejar la sustancia o dejar de jugar; lo difícil es superar la adicción. Porque la enfermedad no está en el consumo en sí, sino en la herida interna: en la incapacidad de gestionar las emociones. Y cada vez estoy más convencido de que eso es lo que me pasa a mí.

En terapia también compartí una reflexión que me golpea con fuerza: estoy convencido de que utilizaba la bolsa para tapar mis pensamientos obsesivos. No era solo la dopamina de la incertidumbre, era la obsesión misma la que me enganchaba. Hubo épocas en las que no podía invertir porque no tenía dinero, o me estaba recuperando emocionalmente de una racha de pérdidas y aun así seguía estudiando bolsa con una intensidad enfermiza. Esa obsesión desplazaba cualquier otra cosa: los problemas familiares, las preocupaciones laborales, todo. Era mi manera de no pensar en lo que me provocaba dolor .

Ahora que no tengo ese “escape”, noto lo frágil que soy cuando no logro manejar mis pensamientos. El malestar se instala en el cuerpo y poco a poco va subiendo de intensidad. Y entonces el cerebro busca alivio como sea, porque trata de protegerte de esa sensación que va subiendo de intensidad por dentro y que no te gusta experimentar: comprar, comer, redes sociales, sexo… cualquier cosa que suba la dopamina y tape el malestar. Pero cuando no haces nada, ese malestar se queda dentro y te devora.

Ayer mismo lo viví. Todo el día estuve bien en el trabajo, y eso que surgieron muchos problemas a resolver, pero al llegar a casa, después de comer, empecé a encontrarme fatal, sin motivo claro. Intenté leer, descansar, hacer ejercicio, incluso dormir un rato, pero nada, la sensación de mal estar no desaparecía. Esta noche, a la una y media de la mañana ya estaba despierto . Preparé una infusión y leí un poco para ver si recuperaba el sueño, pero no. Surgió entonces el pensamiento de siempre: “¿Qué me pasa?”. Supongo que es tristeza, pena... por todo lo que ha pasado . Supongo que es miedo. Miedo de que esto no cambie nunca, miedo de no ser capaz de superarlo. Miedo a seguir provocando sufrimiento a los que me rodean .

Mi psicóloga me repitió dos o tres veces que lo estoy haciendo muy bien, que estoy trabajando mucho y que me estoy haciendo consciente de lo que me pasa, pero que tenemos que seguir avanzando. Me habló del grupo intermedio, aunque me dijo que será para más adelante, cuando me estabilice un poco más. La verdad, no sé si realmente lo estoy haciendo bien. Lo que sí sé es que me estoy esforzando con todas mis fuerzas: estoy trabajando mucho, intentando enfrentarme a mis pensamientos y a mis emociones sin evitarlos como hacía antes. Pero es muy duro, y se lo dije así, sin rodeos: es realmente duro. Con toda seguridad, es lo más duro que he hecho en mi vida.

El trading ya no me preocupa. Tengo claro que no quiero volver a jugar. Se lo dije a mi psicóloga y lo siento muy dentro. Pero a veces siento que ciertas emociones me superan, que me sobrepasan, y entonces dudo de mi capacidad de autocontrol. En esos momentos me veo como alguien cansado, agotado, y me repito: “No soy una buena persona”.

No lo digo por mí, sino por los que me rodean. Ellos no merecen sufrir conmigo. Y me duele pensar que les estoy causando daño.

Encuentro cierto alivio al recordarme que tengo una enfermedad que yo no he elegido. Pero aún así me duele, y mucho. Porque nadie se merece sufrir por mi enfermedad.