ANTI-TRADING
42.- El valor de ser honesto conmigo mismo
Han pasado ya cuatro meses y medio desde que comencé mi proceso de rehabilitación. Intento asistir a todas las terapias que puedo, aunque la verdad es que ahora mismo no siempre logro acudir a todas las que me gustaría. No falto a las citas con mi psicóloga —cada quince días— ni a las grupales con el psiquiatra, que son semanales. Además, debería asistir a dos terapias de autoayuda (no guiadas por profesionales, sino por enfermos rehabilitados o familiares), pero suelo ir solo a una de ellas cada quince días, los martes. La del sábado casi siempre la dejo pasar.
Hace poco, llegué antes de tiempo a la terapia y pasé a saludar por secretaría. Allí estaban el presidente de la asociación, una psicóloga, un familiar de una ludópata rehabilitada y la persona que me hizo la acogida, mi “madrina”. Lo que parecía una simple conversación se convirtió en un pequeño interrogatorio. El presidente me preguntó insistentemente por qué no venía más, sobre todo los sábados. Intenté explicarle que trabajaba esos días, que necesitaba ese dinero para sacar adelante a mi familia y poder llevar a mis hijos de vacaciones. Pero la situación fue incómoda. Él insistía, mi madrina intentaba defenderme y yo sostenía una sonrisa que ya empezaba a ser difícil de mantener. No le conté el verdadero motivo por el que no asisto los sábados; ese se lo reservé a mi psicóloga.
El motivo real es simple: no me compensa el esfuerzo. Cuando pongo en una balanza lo que me aportan las terapias y lo que dejo de hacer por asistir, pesa más mi familia. Cada tarde de sábado que paso en la asociación es una tarde que no paso con mis hijos, ayudándoles en los estudios, acompañándolos a sus actividades o simplemente estando presente. Y esa ausencia me genera culpa. Si las terapias me aportaran más, sin duda haría el esfuerzo, pero la realidad es que no siempre lo hacen.
Aun así, no me considero pasivo en mi recuperación. Todo lo contrario. Estoy comprometido. Leo a diario sobre adicciones, escucho varios pódcast, reflexiono sobre mi proceso y observo mis propios pensamientos y emociones con la intención de entenderlos y transformarlos. Eso también es terapia. Un tipo de terapia que no se ve, pero que desgasta tanto o más que la otra. Es un trabajo interno, constante y silencioso. Mi psicóloga lo sabe, y reconoce el esfuerzo que implica. No todos están dispuestos a hacerlo.
En la asociación hay personas que asisten de por vida. No sé si lo hacen por miedo a recaer o porque han encontrado allí un entorno donde se sienten cómodos, una especie de familia. Pero yo no quiero depender de eso. No quiero pasar todos los sábados de mi vida allí. Tengo hijos pequeños, una familia que necesita mi presencia, y un proyecto personal que requiere equilibrio.
Hay otro tema que me incomoda, y es el control económico. En la asociación insisten en que no llevemos dinero ni tarjetas, por seguridad. Entiendo perfectamente que haya personas para las que eso sea una tentación, pero ese no es mi caso. Mi problema siempre estuvo centrado en la bolsa, no en el dinero físico. He discutido alguna vez con el presidente sobre esto. Me dice que ni él se fía de sí mismo. Y tiene razón: yo tampoco me fío del todo de mí. Pero confío en mi proceso. Si hoy hago algo mal, el daño me lo hago a mí y a mi familia, no a la asociación. Esa es mi responsabilidad.
También reconozco algo que no siempre se dice: para rehabilitarse hay que ser un poco egoísta. Hay que elegir lo que realmente te ayuda, lo que te permite avanzar, aunque no encaje del todo con las normas o expectativas del grupo. Para mí, una de las claves es precisamente esa: confiar en mí mismo. No necesito sentirme como un niño vigilado que no puede llevar ni un euro encima. Sé perfectamente cuál es mi límite y cuál es mi enfermedad, y la afronto con la cabeza despierta, incluso cuando me pone a prueba en sueños. Porque esta enfermedad no deja de atacarte, incluso cuando estas dormido. Ayer , precisamente, soñé que estaba haciendo operaciones en bolsa. Hablaré de ello otro día.
Por último, hay algo que me preocupa y me incomoda a partes iguales: la constante presión económica de la asociación. Aunque las cuotas no son altas, a veces se nos insiste en hacernos socios adicionales, comprar entradas para eventos o participar en donaciones. Entiendo que las asociaciones necesitan recursos para sostenerse, pero cuando uno tiene tres hijos, cuentas justas y vive al día, ese tipo de presión genera malestar.
Con todo esto, saco varias conclusiones. La primera es que no se puede salir de una adicción sin ayuda profesional. Es imposible comprender y desactivar los mecanismos que nos dominan sin guía ni acompañamiento. Pero también sé que hay que elegir muy bien qué tipo de ayuda necesitamos. En mi caso, las terapias superficiales me cansan. No me basta con escuchar “estoy bien” o “he pasado una buena semana”. Necesito ir más allá, ahondar en lo profundo, en lo incómodo, en lo que realmente duele.
Lo que más me aporta de las terapias es cuando alguien se abre de verdad, cuando un testimonio toca algo dentro de mí. Y también cuando soy yo quien se expone. Hablar en público, desnudarme emocionalmente ante 20 o 50 personas, es una de las experiencias más duras que he vivido, pero también una de las más liberadoras. Eso, junto con mis sesiones con la psicóloga, la escritura y la reflexión diaria, son mis verdaderos canales terapéuticos.
Vivir sin anestesia es eso: aprender a estar en contacto con uno mismo, sin escapar, sin esconderse, sin fingir. Y aunque a veces duela, prefiero esta vida sin anestesia que aquella en la que me dormía lentamente mientras la adicción me devoraba por dentro.
*Al releer este artículo me he dado cuenta de que he puesto que llevo 4 meses y medio , cuando en realidad son 3 meses y medio.... como se me va la cabeza. No es la primera vez que me pasa. yo creo que tengo demasiadas ganas de que pasen 6 o 7 meses para ver si me " ascienden " al grupo intermedio.
Anti-Trading.com
© 2025. Todos los derechos reservados