46.- Un día más de control

Llevo un par de días con un bajón difícil de explicar. No es tristeza pura, ni cansancio físico, es algo más profundo… como si el alma pesara demasiado.
Sé que estoy haciendo lo que tengo que hacer: me esfuerzo en el trabajo, en casa, con los niños. He vuelto a hacer algo de ejercicio, trato de observarme, de permitirme experimentar cada emoción que surge: el aburrimiento, el agobio, la frustración, la tristeza. No huyo de ellas. Simplemente las dejo estar.
Quizá esté en un estado depresivo, no lo sé.

Hay momentos del día en los que mi mente se calma un poco. Sobre todo cuando miro a mis hijos. No puedo evitar sonreír al verlos. Son maravillosos. Supongo que alguna vez yo también fui así… aunque, sinceramente, no lo recuerdo.

Cuando uno está en un nivel tan bajo de felicidad, todo se vuelve cuesta arriba. Vivir se hace complicado. Y mientras tanto, el tiempo sigue pasando, demasiado rápido. Esa sensación me resulta especialmente dolorosa: ver cómo los días se consumen mientras yo sigo aquí, a medio gas. Me parece patético, aunque sé que no debería juzgarme con tanta dureza.

Me gustaría hacer muchas cosas. Practicar deportes, viajar, emprender algo nuevo, disfrutar más con mis hijos. Pero ahora mismo no puedo. Estoy atrapado en una situación económica que no me deja margen. No puedo gastar ni un euro que no sea estrictamente necesario. Y eso me genera una sensación de encierro constante.

A veces me siento culpable por pensar así. Sé que tengo un techo, comida, salud, y una familia a mi lado. Hay gente que no tiene ni eso. Pero aun así, lo que siento es esto: vacío. Tristeza. Como si estuviera en una especie de cárcel esperando una sentencia.
La sentencia de la Ley de Segunda Oportunidad.

Espero ese día en el que me digan si se me concede o no. Si mis deudas se cancelan y puedo empezar de cero… o si todo se complica aún más. Mientras tanto, sigo trabajando mi recuperación del trading.
A veces me cuesta entender del todo lo que pasó. Pero sigo aquí, un día más.

Vivir tan consciente de todo resulta raro. Antes funcionaba en automático; ahora, observo cada pensamiento, cada impulso. Hago lo que debo, controlo mis emociones, y sin embargo no siento alegría. Solo una tristeza de fondo, silenciosa, que me acompaña todo el día.

Curiosamente, tengo en mente un proyecto que me ilusiona. Implica una pequeña inversión —una suscripción mensual a una inteligencia artificial para crear vídeos—, menos de treinta euros al mes. Pero mi cabeza no me deja hacerlo, por miedo a que interfiera con el proceso legal.
Y ahí surge el conflicto.

Dentro de mí noto esa impulsividad que antes me llevaba a operar en los mercados. Es como si mi niño interior gritara “hazlo ya”, mientras la parte racional intenta sujetarlo. Llevo un par de días en esa batalla interna, observándola, sin intervenir demasiado.

Hoy no hay conclusiones ni grandes avances.
Solo puedo decir que he conseguido vivir un día más.

Un día más de control.