ANTI-TRADING
47.- Felicidad en medio del caos
Hoy ha sido un día intenso. Tenía cita con mi psicóloga. No son citas regulares, la última fue hace quince días y la siguiente será dentro de tres semanas. Hay que cuadrar la agenda de ella y la mía. Aun así, como le dije en la sesión anterior, yo iría todas las semanas si pudiera. A veces siento una necesidad enorme de desahogarme con alguien.
Creo que todas las personas necesitamos a alguien que nos escuche sin juzgar, sin interrumpir, sin comparar. Cuando eso se pierde en una relación de pareja, familiar o de amistad, se resquebraja algo muy importante. Cuando alguien está mal, lo que necesita es apoyo, comprensión y un sitio seguro para hablar.
En mi relación de pareja eso lo perdí hace tiempo. Nos hemos distanciado mucho. Y cuando no tienes un lugar donde dejar caer el peso que llevas dentro, el cuerpo se rompe por dentro. La desesperación aparece rápido. Hoy mismo se lo decía a mi psicóloga: ahora la tengo a ella, y eso me sostiene.
La sesión ha durado hora y media. Suelo hablar mucho. Me dará material para dos o tres artículos…
En el coche, mientras iba hacia allí, repasaba mentalmente lo que quería contarle. Siempre empiezo igual, intentando marcar un rumbo, pero luego en los primeros minutos aparece otro tema distinto y me dejo llevar. Así ocurrió hoy.
Fuimos atrás en el tiempo. Repasamos conflictos familiares desde mi infancia. Muy por encima. Es la línea general de este proceso: comprender cómo se formó lo que soy hoy. Ella insiste mucho en que lo estoy haciendo bien. Yo le dije que a veces tengo dudas, que no sé si la terapia está yendo como debería, porque siento que hablo y ella me escucha sin dirigir demasiado. Hoy me dio una respuesta que me hizo sonreír. Me confesó que, con otros pacientes, sí tiene que indagar, guiar, empujar para que salgan las cosas. Pero conmigo no hace falta.
Me dijo: “Hay pacientes cuadrados y pacientes redondos. A los redondos les das un empujón y ruedan solos. A los cuadrados es muy difícil moverlos”.
Según ella, yo soy de los redondos. No sé si es una virtud o simplemente una consecuencia de haber tocado fondo y de estar poniendo todo mi alma en el proceso de rehabilitación, aunque duela. La verdad es que escuchar eso me dio fuerza.
Al final de la terapia le conté cómo han sido estos últimos quince días. Tristeza generalizada. Una especie de nube que no termina de marcharse, pero que puedo sostener. Días intensos en el trabajo, otros más tranquilos, pero en general he notado algo distinto en mí. Me siento más capaz de afrontar lo que viene. Más sereno. Más firme.
Le conté también algo que me está impactando mucho últimamente: cuando tomo consciencia de todo lo que estoy superando, y de cómo lo estoy haciendo, aparece un instante de felicidad. En medio del dolor, del caos, del cansancio… aparece una chispa.
Es raro sentir alegría dentro de tanta tristeza, pero es real. La felicidad no es un estado permanente. Son chispazos que aparecen en momentos inesperados. Y hoy me ha pasado mientras conducía hacia la terapia.
Iba sin prisa. Sin música. Solo escuchando la lluvia golpear el parabrisas. Hacía tiempo que no disfrutaba de media hora así.
Fue un momento sencillo, casi insignificante, pero allí estaba: un pequeño instante de felicidad pura. De esos que te recuerdan que, aunque ahora todo duela, aunque el proceso sea lento y difícil, todavía queda algo dentro de uno que puede sentir belleza.
Y eso, en mitad de una rehabilitación, es un tesoro.
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