5.- Ansiedad y adicción: cuando el cuerpo manda y la razón se queda atrás

Esta última semana ha sido especialmente complicada. La ansiedad ha estado presente casi a diario, como una sombra que se cuela en mi rutina sin avisar. Aparece en forma de un nudo en el estómago, tensión en el pecho, dificultad para concentrarme y, sobre todo, una inquietud constante que me roba el sueño.

Cuando llega un pico de ansiedad, lo único que quiero es que desaparezca. No pienso en nada más. Últimamente intento comprender el origen y la lógica detrás de lo que siento. La sensación de ansiedad no es para nada agradable y el objetivo de tu cerebro en esos momentos es simple y urgente: que se vaya.

Cuando logras identificar el origen… y cuando no

Desde hace algo más de una semana he empezado a anotar las situaciones que me generan ansiedad. A veces, las causas son evidentes: los niños discutiendo y gritando, una situación cotidiana que se sale de control.
Otras veces, la ansiedad aparece como un fantasma sin rostro. No hay un pensamiento claro ni una imagen que la explique. Solo está ahí, apretando el pecho y acelerando el pulso, como si mi cuerpo reaccionara a una amenaza invisible.

Esa es una de las sensaciones más desesperantes: no poder ponerle nombre al origen. Si no sabes de dónde viene, ¿cómo puedes combatirla?

La tentación de las salidas rápidas

En esos momentos, el cerebro empieza a lanzar “soluciones” automáticas, basadas en lo que ha aprendido en el pasado: tomar una pastilla para dormir, beber alcohol, buscar algo que distraiga y apague el malestar.
En mi caso, intento frenar al máximo estas vías de escape, sobre todo las que pueden convertirse en otra adicción. Sé que si cedo con frecuencia, puedo pasar de un problema a dos.

Aun así, reconozco que a veces recurro a la medicación para dormir, con cuidado y siempre como último recurso. Porque descansar es esencial: no hay nada peor que encadenar varias noches en vela. Cuando el cuerpo no duerme, la mente se debilita, y con ella la capacidad para resistir los impulsos.

Ansiedad y adicción: dos caras de la misma moneda

En la última terapia de grupo, uno de los compañeros en rehabilitación confesó que había recaído cuatro veces. Apenas terminó de hablar, los dos moderadores —un ludópata y su padre— comenzaron a recriminarle sus acciones. Lo mismo hizo su pareja, que estaba presente. La escena estaba cargada de frustración, pero también de preocupación genuina.

Yo no intervine, pero mi pensamiento fue inmediato: algo pasa en su cabeza que no le permite parar. No es simplemente que “no quiera” o que “no piense en los demás”. Es que en ese momento, no tiene el control de sus actos.
Basta con que aparezca un disparador —una discusión, un problema económico, un mal día— para que el impulso de jugar lo arrastre, igual que a un adicto a una sustancia le empuja a consumirla.

Una enfermedad que secuestra la voluntad

Eso es la adicción: una enfermedad que interfiere en la capacidad de tomar decisiones racionales. No es solo falta de disciplina, es un secuestro temporal del cerebro.
La ansiedad, en este contexto, no es solo un síntoma molesto: puede ser la chispa que encienda la recaída. Cuando no se maneja, se convierte en un enemigo silencioso que abre la puerta al comportamiento compulsivo.

Vivir con la ansiedad sin dejar que gane

He aprendido que no siempre hay una solución rápida. Hay días en que un paseo al aire libre o una sesión de ejercicio físico ayudan a reducir la tensión. El cuerpo se mueve, la respiración cambia y, poco a poco, la mente encuentra un punto de calma.
Pero hay otros días en los que nada funciona: ni la música, ni la meditación, ni hablar con alguien. En esos momentos, lo único que queda es resistir, aguantar la ola sin dejar que te arrastre.

La clave está en no tomar decisiones impulsivas mientras dure la tormenta. No hacer llamadas precipitadas, no entrar a plataformas de trading, no buscar un escape que pueda convertirse en un nuevo problema.

Aprender a escuchar el cuerpo

Llevar un registro de lo que me genera ansiedad ha sido útil. No siempre me da respuestas claras, pero me ayuda a ver patrones: qué situaciones la disparan, en qué momentos del día es más probable que aparezca, cómo reacciona mi cuerpo.
Con el tiempo, creo que este ejercicio puede enseñarme a anticipar las crisis y a tener a mano recursos para afrontarlas antes de que se intensifiquen.

Reflexión final

La ansiedad es incómoda, agotadora y, en el contexto de la adicción, peligrosa. Puede ser el detonante que empuje a una recaída, porque cuando estás atrapado en ella, lo único que importa es apagar el malestar.
Pero también es una oportunidad para aprender a manejarte en medio del caos. Cada vez que logras atravesar un episodio sin ceder a los impulsos, refuerzas la parte de ti que quiere estar bien, la que busca un futuro libre de la adicción.

No siempre se gana. Pero cada vez que no se pierde, ya es un paso.