ANTI-TRADING
52.- El cuerpo lleva la cuenta
Esta mañana he terminado de visualizar un podcast de Uri Sabat en el que entrevistaba al psiquiatra José Luis Marín, un profesional con una visión muy particular de la psiquiatría que resuena profundamente con mi forma de pensar.
En la entrevista, el doctor habla de los traumas, las heridas del pasado y cómo, muchas veces, derivan en ciertos comportamientos o incluso en adicciones, como forma de escapar del sufrimiento interno que las personas arrastramos.
Hubo algo que me llamó especialmente la atención y con lo que me sentí profundamente identificado. Cuando una persona sufre un trauma evidente —un accidente, una violación, una catástrofe—, el origen está perfectamente localizado. El psiquiatra puede saber de dónde viene el dolor.
La verdadera dificultad surge cuando el origen del trauma no se conoce, cuando es sutil, cuando ni siquiera la propia persona sabe de dónde procede.
Ahí entra en juego algo que el doctor Marín denomina negligencia parental, un tipo de trauma invisible que no nace del maltrato, sino de la ausencia: de lo que no se dio cuando debía darse.
Un abrazo que no llegó, una mirada que no se ofreció, una palabra de afecto que nunca se pronunció.
El ejemplo que puso me impactó: un padre que, ante el malestar de su hijo, le compra un iPhone cuando lo que realmente necesita el niño es un abrazo. Esa carencia, tan sutil, puede dejar una herida profunda y condicionar la vida emocional de un adulto.
Llevaba días dándole vueltas a estas ideas y, casualidad o no, ayer me llegó el libro que había pedido: “El cuerpo lleva la cuenta”, de Bessel van der Kolk.
Apenas he leído el prólogo y el primer capítulo, pero ya sé que este libro ha llegado en el momento justo.
En estas primeras páginas he subrayado varias frases que me han resonado con fuerza:
“La mayor fuente de nuestro propio sufrimiento son las mentiras que nos contamos a nosotros mismos.”
“Una de las cosas más difíciles para quienes han sufrido un trauma es enfrentarse a los remordimientos por cómo se comportaron durante el proceso traumático.”
“Algunas personas traumatizadas se desprecian a sí mismas.”
“Lo único que mitigaba su falta de rumbo era la implicación intensa en alguna actividad.”
“Practicar actividades intensas como montar en motocicleta, el peligro o la velocidad, les ayudaban a recomponerse.”
“El trauma cambia la percepción y la imaginación de las personas.”
Sigmund Freud, 1895: “Creo que este hombre sufre por sus recuerdos.”
Todas esas frases me golpearon. Porque sé que la vida de una persona traumatizada es realmente compleja, una vida en la que el sufrimiento se convierte en un compañero silencioso.
El ser humano está diseñado para sobrevivir, incluso al dolor, pero cuando no encontramos escapatoria, buscamos formas de anestesiarnos. Y cuando no recurrimos a ellas, lo que aparece es la ira, la rabia incontrolada. Yo mismo la he sentido muchas veces.
Ahora es distinto.
Estoy enfocado plenamente en el autoconocimiento y el autocuidado, entregado a las terapias, a la escritura y a todo lo que me ayude a comprenderme.
En estos días, al iniciar la escritura de mi testimonio, he comprobado cómo revivir ciertos hechos del pasado dispara mis emociones hasta el punto de que, después, me cuesta bajarlas y volver a la calma. He tenido que detener la escritura durante unos días, porque notaba cómo el sueño se reducía y mi sistema de alerta seguía encendido.
Hoy me encuentro mejor, pero ayer noté cómo en el trabajo reaccionaba más alterado. Aún tengo el sistema activado, como si mi cuerpo siguiera defendiéndose de algo que ya no está. Qué complejo resulta todo esto.
Por supuesto, hablaré de todo ello con mi psicóloga. En la última sesión le comenté que este proceso me parecía “divertido” y se sorprendió por la palabra. En realidad, quise decir “arriesgado”.
Porque es exactamente eso: un riesgo.
Es cruzar líneas internas peligrosas, jugar con tus propios recuerdos, con tu cuerpo y tu mente.
Exponerte, consciente o inconscientemente, a experiencias que te cambian.
Pero, aunque duela, sé que este es el camino.
El proceso que necesito para sanar, para vivir una vida sin ese sufrimiento que arrastro desde hace tantos años.
Quizás desde que era niño.
Un día más, seguimos en el camino.
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