56.- Un refugio para la mente

Ayer tuve de nuevo terapia con mi psicóloga. Antes de entrar, me reencontré en recepción con un compañero al que hacía meses que no veía, desde septiembre, cuando pasó al grupo intermedio. Tenía muy buen aspecto. Le pregunté qué tal iba con su caso de la Ley de Segunda Oportunidad y, con una sonrisa enorme, me contó que ya había terminado el proceso y que le habían concedido la exoneración completa de sus deudas. Por eso esa cara de felicidad que irradiaba.

Sabía su respuesta incluso antes de preguntarle. Solo alguien que ha vivido esto sabe la sensación que produce estar ahogado por las deudas, sin saber cómo salir, y lo que significa ver por fin una posibilidad real de empezar de cero. Ese día llegará para mí también, espero. Y estoy seguro de que, cuando llegue, la felicidad se me reflejará en la cara de la misma forma, porque librarse de ese peso es indescriptible.

Minutos después apareció mi psicóloga y pasamos a consulta. Tengo que confesar que entré sin un “gran tema”, con solo un par de cosas que quería comentar si salían, relacionadas con mi estado anímico de estas tres últimas semanas. Pero, como siempre, acabamos abriendo cajones que ni sabía que estaban ahí.

Le conté que estoy leyendo muchísimo: libros de testimonios de adictos, libros de neurociencia, y que he incorporado nuevas herramientas para el día a día. La meditación. La natación. Y, sobre todo, las respiraciones. Sí… las respiraciones. Parece una tontería, algo simple, accesible para cualquiera, pero tiene un poder enorme para cambiarlo todo por dentro.

Lo curioso es que estas herramientas están al alcance de todos, pero pasan desapercibidas. Todo el mundo ha escuchado alguna vez “la meditación es buena”, pero no es lo mismo oírlo que leerse un libro donde te explican, con estudios, qué ocurre en el cerebro cuando meditas y por qué funciona. Para mí es completamente distinto, porque me da motivos reales para esforzarme, para crear mis pequeños espacios a lo largo del día.

Hablamos también de algunos asuntos del trabajo, de mis padres, de mis hijos, de mi pareja… del día a día. Comentamos un par de reflexiones relacionadas con una pregunta que me hizo la sesión anterior sobre la distorsión cognitiva en el trading. Y, entre todo eso, me lanzó dos preguntas que me desmontaron por dentro:

—¿Tú disfrutas con tus hijos?
—¿Con tus padres, sientes culpa?

Respondí de forma superficial… y lo sé. Ella también lo sabe. Son de esas preguntas que, aunque las contestes en el momento, están pensadas para acompañarte dos semanas, para que las mastiques, para que te hagan trabajar por dentro. Son, claramente, “tareas para casa”. Y en cuanto salí de la consulta supe que no las había respondido bien y que tocará profundizar en ellas la próxima sesión.

Al final de la terapia me pidió que hiciera un ejercicio en casa: buscar un lugar para mí, un espacio mental al que pueda escapar cuando lo necesite. Me dijo: “Piensa en un lugar: una playa, una montaña… y recrea cada detalle: la temperatura, los sonidos, los olores.” Y que, de vez en cuando, visite ese lugar mentalmente.

Me preguntó cuál elegiría. Le dije que quizá montaña… porque acababa de leer algo sobre ello. Pero si soy sincero, me tira la playa. Así que tengo tarea: encontrar mi refugio, mi “paraíso mental”.

Hubo un par de momentos en los que me felicitó por el trabajo que estoy haciendo. Me dijo que he avanzado muchísimo en solo cuatro meses. Y que ahora tengo que empezarme a marcar objetivos: saber a dónde quiero llegar con todo esto. Que nadie puede vivir permanentemente analizando cada rincón de su mente. Y le dije que lo sabía. Que lo sigo viendo como un camino. Que no noto estancamiento, sino todo lo contrario: fluidez, movimiento, aprendizaje continuo.

Salí de allí con una sensación curiosa: calma, claridad y, por primera vez en días, la sensación real de que estoy avanzando.

Un día más. Seguimos en el camino.