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¿El adicto nace o se hace?


La adicción es una de las preguntas más complejas que se ha hecho la ciencia: ¿es algo que llevamos en los genes o que adquirimos con los hábitos y el entorno? La respuesta, según la investigación actual, es clara: la adicción es el resultado de una interacción entre predisposición genética y factores ambientales y personales.
La predisposición genética: una vulnerabilidad real
Numerosos estudios familiares y con gemelos han mostrado que la heredabilidad de las adicciones está entre el 40 % y el 60 %. Esto significa que casi la mitad del riesgo de desarrollar una adicción puede explicarse por factores genéticos.
Investigaciones recientes del National Institutes of Health (NIH) han identificado más de 19 marcadores genéticos asociados con la vulnerabilidad general a las adicciones y 47 ligados a sustancias específicas. Muchos de ellos afectan a la regulación de la dopamina, el neurotransmisor que gestiona la motivación y la recompensa.
Sin embargo, tener una predisposición genética no implica un destino escrito. La genética abre la puerta, pero es el entorno el que decide si esa puerta se cruza o no.
El papel del entorno y los hábitos
Aquí entra la segunda parte de la ecuación: el ambiente y las experiencias de vida. Factores como la educación recibida, el manejo emocional desde la infancia, el estrés, los traumas o la exposición temprana a sustancias influyen de manera decisiva en que la vulnerabilidad genética se active o no.
La epigenética lo ha confirmado: el entorno puede modificar la expresión de los genes, potenciando o frenando la predisposición a la adicción. Dicho de otro modo, la genética marca la predisposición, pero los hábitos y el desarrollo personal moldean el resultado.
La cultura del consumo
En España y en gran parte del mundo occidental, el consumo de drogas como el alcohol está normalizado socialmente. El alcohol es una droga —aunque se perciba de forma distinta—, y su consumo está tan integrado en la vida cotidiana que la mayoría de las personas lo prueba en algún momento.
Lo mismo ocurre con otras sustancias o con conductas adictivas que se han disparado en los últimos años: apuestas, videojuegos o redes sociales. Todas actúan sobre el sistema de recompensa del cerebro, anestesiando emociones o generando gratificación inmediata.
La mayoría de las personas no desarrollará una adicción pese a consumir. Sin embargo, quienes encuentran en esa experiencia una vía de escape a su malestar emocional, y además tienen una predisposición genética, son mucho más vulnerables a que el consumo se convierta en hábito… y el hábito en adicción.
El auge de las adicciones comportamentales
No todas las adicciones pasan por sustancias. Las llamadas adicciones comportamentales están creciendo con fuerza: uso compulsivo de redes sociales, juegos online, apuestas deportivas…
Estos entornos digitales están diseñados para potenciar la recompensa inmediata, con sistemas que imitan los mismos mecanismos de refuerzo del cerebro que activan las drogas. Y lo más preocupante es que afectan desde edades muy tempranas, cuando la gestión emocional aún no está desarrollada.
Conclusión: ¿nace o se hace?
La evidencia científica es clara: el adicto tanto nace como se hace.
Nace, porque existe una base genética que predispone a la vulnerabilidad.
Se hace, porque el entorno, los hábitos, la educación emocional y la cultura de consumo determinan si esa predisposición se convierte o no en una adicción real.
Comprender esta doble dimensión es fundamental para dejar de ver la adicción como un fallo personal o una falta de voluntad. Se trata de una condición compleja, biopsicosocial, que requiere prevención, apoyo y tratamiento especializado.
En mi opinión, y en línea con lo que muestran los estudios, toda adicción combina predisposición individual y aprendizaje emocional. Entenderlo así nos ayuda a mirarnos con más compasión y, sobre todo, a enfocar mejor la recuperación.
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