La soledad del adicto: una batalla que pocos comprenden

El estigma invisible: por qué cuesta tanto hablar de adicciones

Cuando una persona sufre una enfermedad grave —como un cáncer o una enfermedad cardíaca— y logra superarla, suele sentirse orgullosa de haber ganado una dura batalla. Durante el proceso recibe el apoyo, los ánimos y la comprensión de quienes le rodean. Sin embargo, cuando la enfermedad que uno padece es una adicción, la historia cambia por completo.

En el caso de las adicciones, el camino hacia la recuperación suele ir acompañado de silencio, vergüenza y miedo al juicio ajeno. No se habla. Nos da pudor que otros lo sepan, porque tememos lo que pensarán de nosotros. Se tiende a asociar la adicción con el vicio, la falta de fuerza de voluntad o el descontrol moral. Pero la ciencia lleva años demostrando que la adicción es una enfermedad cerebral, no una cuestión de moralidad o debilidad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las adicciones alteran las estructuras cerebrales relacionadas con la motivación, la recompensa y el autocontrol, provocando que la persona pierda la capacidad de decidir libremente. En otras palabras, el cerebro enferma. Y cuando el cerebro enferma, la voluntad por sí sola no basta.

El estigma del juego: la adicción más juzgada

En mi experiencia personal, este estigma se acentúa especialmente con la adicción al juego. Mientras que con otras adicciones la sociedad tiende a pensar “pobrecito, se enganchó sin darse cuenta”, con el juego el pensamiento suele ser otro: “¿Cómo ha podido arruinarse así? ¿Por qué no se controló?”

Existe la falsa creencia de que quien juega lo hace por codicia o irresponsabilidad, cuando en realidad la mayoría lo hace buscando escapar del malestar, del vacío o de una vida que no sabe cómo gestionar. Y esa huida, poco a poco, se convierte en una trampa mental que atrapa sin que apenas uno lo perciba.

La soledad del proceso

Superar una adicción no es solo dejar de consumir o dejar de jugar. Es reaprender a vivir. Y muchas veces se hace en soledad. No solo porque muchos no lo cuentan, sino porque incluso los familiares más cercanos pueden no entender la magnitud del esfuerzo que supone.

Desde fuera puede parecer que basta con decir “no lo hagas más”. Pero desde dentro, la batalla es diaria, agotadora y profundamente emocional. El adicto no lucha solo contra la sustancia o el comportamiento, sino contra su propia mente, que una y otra vez trata de arrastrarlo al mismo lugar del que intenta escapar.

Una enfermedad real que merece respeto

Reconocer que la adicción es una enfermedad grave y compleja no es justificarla, sino humanizarla. Porque nadie elige ser adicto. Y sin embargo, todos podemos elegir cómo tratamos a quien lo es.
El apoyo, la comprensión y el acompañamiento sincero pueden marcar la diferencia entre la recuperación y la recaída.

Hablar de ello, compartir experiencias y dar testimonio es una forma de romper el silencio que tanto daño hace. Tal vez así logremos que, algún día, superar una adicción sea visto con el mismo respeto y orgullo que superar cualquier otra enfermedad.