ANTI-TRADING
No lo vi venir


En casi todas mis terapias había repetido lo mismo:
que mi único problema había sido el trading.
Siempre había afirmado que nunca tuve problemas con otros juegos, que lo mío no tenía nada que ver con una ludopatía clásica.
Pero en una de las últimas sesiones con mi psicóloga, comprendí que eso no era del todo cierto.
Durante mi trabajo interno —esa mirada hacia atrás para intentar entender cómo llegué hasta aquí— aparecieron pequeños indicios que antes pasaban inadvertidos. Y ahí fue cuando me di cuenta de que la semilla ya estaba plantada hace más de 25 años.
Aquellos primeros impulsos
En mi adolescencia, muchos de mis amigos quedaban para tomar café y echar unas partidas a las tragaperras.
Yo, que aún estudiaba y apenas tenía dinero, solía acompañarlos. Me limitaba a observar. Pero algo en aquel ambiente me atraía inconscientemente.
Cuando empecé a salir con mi mujer, recuerdo que a ella le gustaba echar alguna moneda de vez en cuando, y juntos jugábamos alguna partida sin darle importancia. Nada serio. O eso creía.
Con el tiempo, cuando empecé a trabajar los veranos en el campo para ganar algo de dinero, aparecieron los momentos muertos entre prácticas y estudios. Me quedaba en la ciudad donde estudiaba muchas horas porque iba en autobús a clase por la mañana, comía allí y alguna clase mas por la tarde. Había muchísimas horas muertas. Recorrí una Tienda de El Corte Inglés infinidad de veces en esas horas de sueño tras la comida en las que era imposible quedarse en una biblioteca.
Y fue entonces cuando empecé a jugar en esas horas, tras un café. No mucho, porque no tenía recursos, pero sí lo suficiente para darme cuenta de algo: me enganchaba con facilidad.
Tuve la lucidez de huir de aquello a tiempo, y nunca más volví a tocar una tragaperras. No fue mucho tiempo, así que no me dio tiempo a perder mucho dinero.
Por eso, cuando años después empecé con el trading, no vi venir lo que se me venía encima. Pensé que era algo completamente distinto. Pero no lo era.
Cómo empezó todo
Todo comenzó, curiosamente, con mi novia (hoy mi mujer).
Ella había hecho un curso de bolsa en la universidad y volvió entusiasmada. Me habló con tanta pasión de las acciones, de los gráficos, de la posibilidad de invertir… que me contagió su entusiasmo.
Decidimos comprar juntos unas acciones de Terra, después de que hubieran explotado las tecnológicas en la crisis de las “punto com”. No teníamos ni idea de lo que hacíamos. Vimos lo que las empresas habían subido un año antes y pensábamos que habíamos llegado en el momento adecuado y que aunque no recuperaran los máximos, siempre subirían algo y cogeríamos un buen pellizco. Perdimos casi todo. Era muy poco dinero ( estamos hablando de 500 euros en total , 250 cada uno ) , pero eran nuestros ahorros en aquella época. Terra desapareció años después, absorbida por Telefónica. Recuerdo cerrar años después esas acciones porque estaba pagando más comisiones en el banco por mantenimiento de las acciones que por el propio valor de las mismas.
Pasó el tiempo. Terminé mi carrera de ingeniería, empecé a trabajar, pero no era feliz.
Me sentía frustrado, sin motivación, sin un propósito claro.
Fue entonces cuando decidí estudiar ADE a distancia, buscando algo que me ilusionara.
Y lo encontré.
Me enamoré de la asignatura de FINANZAS. Recuerdo a aquel profesor hablando con una pasión contagiosa sobre los mercados, las inversiones, la psicología del dinero. Y ahí cambió todo.
Le propuse a mi mujer volver a invertir, esta vez con más conocimiento, porque estaba decidido a aprender todo sobre trading.
Abrimos una cuenta de trading juntos, para evitar el error del pasado de las comisiones de los bancos tradicionales. Pero no tardamos en discutir: cuando ganábamos, no pasaba nada; cuando perdíamos, aparecían los reproches.
Finalmente, cada uno abrió su propia cuenta.
Y ahí empezó mi caída.
Hace más de 13 años.
Las tres patas de mi adicción
Hoy, con la perspectiva que da el tiempo y las terapias, veo que mi adicción se sostiene sobre tres patas fundamentales:
La pasión por el trading.
Me fascina analizar, estudiar gráficos, buscar patrones, comprobar si mis análisis son acertados. Esa necesidad de predecir me ha mantenido mentalmente atrapado, incluso cuando no invertía dinero.La necesidad de recuperar las pérdidas.
Especialmente cuando perdí dinero prestado.
Aquello se convirtió en una batalla personal, en un reto irracional. No aceptar la derrota fue mi condena. De hecho una parte de mi constantemente sigue sin aceptar esa derrota. Soy consciente de ello y tengo que seguir trabajándolo porque es uno de los riesgos de recaída.El afán de una vida mejor.
El sueño de la libertad financiera, de dejar un trabajo que no me gusta, de escapar de la sensación de estar atrapado en una vida sin sentido, el dar una vida mejor a mi familia.
Un cóctel peligroso.
Y, como le comenté a mi psicóloga en la última visita, no lo vi venir.
El sumiller del Bulli
Hace tiempo escuché una entrevista al sumiller del restaurante El Bulli.
Contaba cómo se volvió alcohólico durante su carrera, rodeado de los mejores vinos del mundo.
Hoy sigue dedicado al vino, tiene sus propias bodegas, pero no se lo traga: lo escupe.
Vive al límite, conviviendo con “el bicho” de la adicción , pero sin dejar que le destruya.
Tengo un compañero de terapia que trabaja en un banco, recomendando inversiones a sus clientes, pese a haber sufrido también una adicción al trading.
Debe ser muy complicado llevar esa vida y hay que tener una mente muy fuerte para hacer eso. Según comenta él , recomienda inversiones que hacen ganar dinero a sus clientes, pero el no puede operar, porque le pasa como me pasaba a mi: se autosabotea constantemente y pasa de invertir a jugar sin darse cuenta.
Porque el problema es ese, que en el proceso no lo ves venir.
Es un ciclo que se repite: te encuentras bien, crees que controlas todo y vuelves a caer una y otra vez en una espiral de destrucción, de pérdida de todo el dinero y de quedarte después con la sensación de no saber lo que ha ocurrido. Pero ha vuelto a suceder. Una y otra vez.
Muchas personas que hacen trading están en ese circulo vicioso y tardarán mucho tiempo en ver el problema . Como me pasó a mi, como le ha pasado a un par de compañeros que tengo en terapia que hacían trading, como le ha pasado al resto de compañeros de terapia , cada uno con su juego : apuestas deportivas, casino, tragaperras. Todo es muy similar.
Dejar a un lado un mundo que te apasiona y que te ofrece una posibilidad de ganar dinero fácil es muy complejo. En tu mente la posibilidad de ganar dinero fácil es muy real , porque lo has experimentado.
Pero mucho más fácil es perder el dinero que ganarlo .
Puedes autoengañarte todo lo que quieras, pero para ver si estas ganando dinero o perdiéndolo solo tienes que hacer esto: piensa un momento cuanto tiempo llevas dedicado al trading. Haz una suma del dinero que has ganado y el que has perdido . Si el resultado total es positivo, estás ganando . Si el resultado es negativo, estás perdiendo.
Todo lo que aparezca en tu mente , es autoengaño. La realidad es la que es.
Dejo por aquí el enlace de la entrevista de El Bulli, que me pareció interesante.
Y espero que mi psicóloga se quede tranquila si lee esto, porque yo no tengo intención de hacer lo mismo con el trading.
No tengo esa fortaleza mental. Yo tengo que dejar definitivamente ese mundo, aunque me apasione.
Pero es complejo. Es como dejar a una pareja que te hace daño, que todo el mundo puede ver desde fuera , pero tú no . No la puedes dejar porque sigues enganchado a ella.
Una enfermedad para toda la vida
A día de hoy estoy a salvo , pero no porque me sienta curado, sino porque no tengo dinero y estoy completamente centrado en resolver mis deudas —las que tengo con la ley de segunda oportunidad y, sobre todo, las que tengo con mis familiares—.
Sé que cuando llegue el día en que esté libre de ellas, me tocará librar otra batalla: la de convivir con la adicción.
Porque la adicción no se cura.
Se gestiona, se acepta y se aprende a vivir con ella.
Tendré que mirar al trading de frente, reconocer lo que me atrae y recordar todo el daño que me hizo.
No lo vi venir. Pero ahora, al menos, sé reconocerlo.
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