ANTI-TRADING
Paren el mundo que yo me bajo


He tardado muchos años —muchos— en darme cuenta de que hay demasiados neuróticos en el mundo. Y, por supuesto, me incluyo entre ellos. Al igual que yo tengo mis carencias emocionales, cada uno arrastra las suyas, y realmente son pocas las personas que viven centradas, serenas, y que aceptan las cosas tal cual son, sin exigir a los demás aquello que ni siquiera se ofrecen a sí mismos. Hablo del entorno laboral, familiar, de amigos, de pareja… en todos los lugares donde se cruzan las emociones humanas.
El psicólogo Rafael Santandreu, en su libro El arte de no amargarse la vida, recomienda no hacer caso a las “neuras” de los demás, y tiene toda la razón. ¿Cuántas veces en nuestro día a día estamos bien, tranquilos, y de repente nos vemos envueltos en una discusión absurda con alguien cercano, desgastando energía por algo que no tiene ningún sentido? Te das cuenta de que esa persona vive en un mundo distinto al tuyo, en su propia realidad, pero ella no lo ve. Puedes gastar horas intentando razonar, una y otra vez, pero no servirá de nada. Vive dentro de su propia neura, y si no te paras en seco a observarlo, acabará arrastrándote hacia ella.
Uno de los grandes superpoderes que deberíamos aprender en la vida es precisamente ese: reconocer que hay mucho neurótico suelto por ahí, personas que se frustran cuando las cosas no se hacen exactamente como ellos quieren —en tiempo y forma, como suele decirse— y si no se cumplen ambas, estallan. Y da igual que sea por tonterías. Sus pequeñas neuras pueden llegar a amargar la vida a quien está cerca, si uno no sabe poner límites.
Dependiendo del tipo de neurótico que tengas al lado, te quedan dos opciones: como decía Groucho Marx, “paren el mundo, que yo me bajo”, o aprender a pasar de esas neuras. Puedes intentarlo, pero si ves que no… pues pasa página y listo. Hoy quiero hablar precisamente de eso: de la importancia de aprender a pasar, a tirar hacia adelante y de construir herramientas que te ayuden a no dejarte arrastrar por los estados mentales de los demás.
Yo, por ejemplo, tengo tres anclajes muy claros: la lectura, el dibujo y el deporte.
La lectura me salva muchas veces. Me he pasado años leyendo solo libros de crecimiento personal, pero últimamente estoy disfrutando de una novela que me tiene completamente enganchado. Me pide leer en cuanto tengo cinco minutos libres, aunque sean solo cinco. Ese es el tipo de libro al que me refiero, el que te atrapa y te da paz. Hay miles. Solo hay que encontrar uno. Y si crees que no te gusta leer, es simplemente porque nunca has encontrado el libro adecuado.
Otra de las actividades que me tiene completamente atrapado es el dibujo con carboncillo. Siempre pensé que se me daba fatal dibujar, pero poco a poco me di cuenta de que esa creencia estaba solo en mi mente. Con práctica y paciencia, las proporciones empiezan a tener sentido, las sombras aparecen en su lugar y los retratos, poco a poco, empiezan a parecer personas. La sensación que te queda cuando el dibujo cobra vida es increíble… pero lo mejor de todo es la desconexión mental que produce. Dibujar silencia el ruido del mundo. Y eso, créeme, no tiene precio.
Vivimos en una sociedad que nos empuja a un ritmo vertiginoso, de consumo, de comparaciones, de redes sociales. Lo siento, pero yo me bajo. No quiero ni ese ritmo ni esa presión constante. Quiero algo más tranquilo, más humano. Y la verdad es que me encuentro mucho mejor desde que me aparté de todo eso y empecé a buscar momentos de calma solo para mí.
El deporte es mi tercer anclaje, aunque reconozco que es el que más me cuesta mantener. Hago ejercicios de fuerza en casa, lo que ahora llaman calistenia: trabajar con el propio peso corporal. Con una barra para dominadas y unas gomas elásticas se puede entrenar con intensidad. A veces me falta disciplina, lo admito. He tenido etapas de hacer ejercicio todos los días durante meses, y otras en las que paro una semana y cuesta volver. Pero la sensación de bienestar cuando te mantienes constante es impresionante: más energía, más autoestima, más fuerza mental y física. Es fundamental incluirlo en la rutina.
Así que, cuando sientas que quieres bajarte del mundo, para un momento. Reflexiona. Pregúntate si te estás dedicando tiempo a ti mismo, si haces cosas que te calman y te reconectan. Y si la respuesta es no, empieza ya. Porque si no lo haces, este mundo —tan acelerado, tan exigente, tan lleno de neuras— puede volverse realmente insoportable.
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